12 maio 2004


Martin Allen es un especialista en la Segunda Guerra Mundial que sorprendió a propios y extraños hace bien poco con su estudio Eduardo VIII, el rey traidor, donde desvelaba las simpatías pro-nazis del duque de Windsor antes y después de la abdicación a que se vio forzado en 1936 para poder casarse con la divorciada norteamericana Wallis Simpson.

El estudio que presentamos aborda otra cuestión enigmática de aquel conflicto bélico. ¿Por qué voló Rudolf Hess a Escocia solo y desarmado, saltando en paracaídas y siendo capturado por los británicos, para no regresar jamás a la libertad y morir en 1987 en la cárcel de Spandau, a los 94 años de edad, suicidado según la versión oficial?

El autor ha realizado una exhaustiva investigación sobre archivos secretos británicos y alemanes... y en menor medida españoles, pues pese a que puntos esenciales de la trama que describe tuvieron lugar en Madrid, los documentos necesarios no se desclasificarán hasta 2017. Afectan a las andanzas en nuestro país del embajador Samuel Hoare, implicado en la trama descrita.

Allen detalla las decenas de tentativas de paz que buscó Hitler con Inglaterra para poder cerrar ese frente y atacar Rusia, su verdadero objetivo. El Führer había cometido un grave error al fiarse de Von Ribbentrop, quien le había asegurado que el ataque a Polonia no conduciría a la guerra con los británicos. Lo cierto es que la humillación que la Blitzkrieg de septiembre de 1939 supuso para el complaciente Neville Chamberlain no le dejó otra salida que la declaración de guerra.

Hitler quiso remediar esa equivocación buscando la paz con los ingleses aprovechando las terribles dificultades a que éstos estaban sometidos por los bombardeos y por no poder defender el imprescindible petróleo de Oriente Medio de un hipotético ataque alemán. Las aproximaciones se produjeron a todos los niveles, aprovechando la existencia de una corriente inglesa que podría respaldar el fin de las hostilidades.

Todo cambió con la llegada de Churchill al poder. Éste tenía la firme resolución de no rendirse, pero sabía que Inglaterra no podía resistir sola. Sólo un ataque alemán a Rusia con el frente inglés abierto permitiría a los británicos mantenerse vivos a la espera de tiempos mejores: esto es, de la incorporación de Estados Unidos a la batalla.

Según Allen, y éste es el núcleo de su historia, Churchill encomendó a una sección especial de los servicios secretos británicos que preparasen un ardid para hacer creer a Hitler que destacados miembros de la clase política inglesa estaban dispuestos a destituir a Churchill, enemigo de la paz, para formar un Gobierno dispuesto a firmarla, y que encabezarían lord Halifax o el citado Hoare. Con esa estrategia se trataba de ganar tiempo hasta que el ataque alemán a Rusia resultase perentorio, y Hitler lo emprendiese con la tranquilidad de una pronta paz en el frente occidental.

El gancho para esa estratagema fue Rudolf Hess, un hombre cosmopolita y bien visto en algunos ambientes londinenses antes de la guerra, cuyo gran amigo, Albrecht Haushofer, había diseñado los puntos básicos de la geoestrategia nazi y también contaba con buenos contactos en la isla.

La narración de los detalles de esta operación es lo verdaderamente apasionante de este libro, y no vamos a desvelarlos ni habría lugar para ello, pues no son sencillos. El caso es que Hitler y Hess cayeron en la trampa, y tuvieron lugar largos y complicados procesos de aproximación, que tenían una culminación: el viaje de un representante alemán a Escocia el 10 de mayo de 1941.

El problema es que ese representante no iba a ser Hess. Al lugarteniente de Hitler le cegó, según Allen, el deseo de gloria de ser él quien firmase la paz, y sustituyó a quien los ingleses esperaban, Ernst Bohle. Hitler lo sabía, concluye Allen, y de común acuerdo decidieron que si algo iba mal, el Führer debía quedar libre de toda sospecha de participar en una operación que no le dejaría muy bien ante su partido. Por eso el Gobierno alemán alegó locura de Hess y procedió a decenas de detenciones de quienes habrían actuado con una hipotética deslealtad.

Del mismo modo, Churchill hubo de desbaratar la operación en cuanto supo quién era el misterioso hombre del paracaídas... ¡porque Hess tenía poderes efectivos para firmar la paz, y no podía dársele largas sin descubrir el engaño! Además, el primer ministro inglés no podía permitir que se supiese que había violado un principio esencial de cualquier negociación de paz con cualquier enemigo, como es la buena fe. Pero tampoco consentir que el pueblo británico pensase –aunque no fuese cierto– que estaba buscando la paz con Hitler. Con lo cual la idea de la "locura" le convenía tanto como al Führer.

Pocos días después del fiasco de Hess, las divisiones alemanas cruzaban la frontera rusa. Hitler cometía su segundo gran error, el que a la postre le costaría la debacle final. Y sellaba su segunda gran derrota estratégica ante Winston Churchill.

La tesis de Allen resulta creíble en todos sus planteamientos por su exhaustiva documentación y acopio de testimonios, porque la supuesta locura de Hess no tiene fundamento de ninguna clase, y sobre todo porque éste murió con casi cien años en una cárcel para él solo donde los soviéticos ejecutaron su venganza, sin que los aliados demostrasen mayor interés por acabar con una situación anacrónica... que a todos convenía.

Obra nada maniquea, apasionante por lo que aporta a la historia de la Segunda Guerra Mundial, y porque transparenta lo importante que resulta toda contribución personal, por anónima que parezca, cuando hay que abordar las decisiones trascendentales de una nación.



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