03 maio 2004


Don Quijote sobre la traducción.


CAPÍTULO LXII. Que trata de la aventura de la cabeza encantada,
con otras niñerías que no pueden dejar de contarse

-Osaré yo jurar -dijo don Quijote- que no es vuesa merced conocido en el mundo,
enemigo siempre de premiar los floridos ingenios ni los loables trabajos.
¡Qué de habilidades hay perdidas por ahí! ¡Qué de ingenios arrinconados!
¡Qué de virtudes menospreciadas! Pero, con todo esto, me parece que el
traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas,
griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que,
aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen,
y no se veen con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas fáciles,
ni arguye ingenio ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia
un papel de otro papel. Y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio
del traducir; porque en otras cosas peores se podría ocupar el hombre, y que
menos provecho le trujesen. Fuera desta cuenta van los dos famosos traductores:
el uno, el doctor Cristóbal de Figueroa, en su Pastor Fido, y el otro,
don Juan de Jáurigui, en su Aminta, donde felizmente ponen en duda
cuál es la tradución o cuál el original. Pero dígame vuestra merced:
este libro, ¿imprímese por su cuenta, o tiene ya vendido el privilegio a algún librero?

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