01 agosto 2004


Varsovia celebra el 60 aniversario de la insurrección contra los ocupantes nazis con un acto conmemorativo al que asisten el secretario de Estado de EEUU, Colin Powell, el viceprimer ministro británico, John Prescott, y el canciller alemán, Gerhard Schröder.

3.000 veteranos de la insurrección han participado en un acto de homenaje al que asiste por primera vez un jefe del Gobierno alemán.

La revuelta del 1 de agosto de 1944 ha sido interpretada como un gesto de rebelión de la población de la capital polaca contra la ocupación nazi y la dominación soviética que iba a reemplazarla. Esa tesis la formula el historiador británico Norman Davies en su libro "Varsovia 44", que sale este domingo a la venta.

En los combates, que duraron 63 días y en los que participaron 50.000 insurrectos, murieron más de 18.000 de ellos, así como 180.000 civiles.

Hitler, encolerizado con la rebeldía de los polacos, ordenó destruir la ciudad casa por casa y sus esbirros cumplieron la orden con meticulosidad, destruyendo el 85% de las barriadas situadas en la margen izquierda del Vístula y deportando a más de 250.000 varsovianos.

"Tras el acuerdo de Teherán del presidente Roosevelt, el primer ministro británico Churchill y Stalin, los polacos, que fueron entregados a la dominación soviética, tenían que hacer algo para demostrar que no aceptaban su destino con sumisión y optaron por levantarse en armas en Varsovia", señala Davies.

Los ocupantes sospechaban, con razón, que la resistencia polaca, representada por el "Ejército Interior", tenía más de 100.000 hombres que, sin embargo, no hostigaban a los nazis.

Había que hacer algo para demostrar al mundo y, en particular, a los aliados occidentales, que en la guerra que aún no había terminado Polonia seguía siendo un socio importante para conseguir la derrota nazi.

Sin embargo, la importancia de los polacos como aliados fue disminuyendo a medida que crecía el peso de la Unión Soviética en la contienda.

En definitiva, Occidente decidió no favorecer más a Polonia para no irritar a Moscú, que deseaba tener a ese país centroeuropeo bajo su influencia.

Los polacos trataron en vano de convencer a británicos y norteamericanos de que sus concesiones a Moscú eran tan peligrosas como las de antes de la Segunda Guerra Mundial a Hitler.

Como consecuencia, sólo quedó como carta de triunfo esperar a que el Ejército Rojo se encontrara a un paso de la liberación de Varsovia para iniciar el levantamiento contra los nazis y, tras obligar a los soviéticos a ayudar con todos los medios a los insurrectos, conquistar el poder en Varsovia.

De esa manera, los soviéticos no serían los liberadores de la ciudad sino que, tras entrar en ella, tendrían que pactar con el poder polaco instalado allí.

Pero los cálculos resultaron equivocados, porque los alemanes, en vez de abandonar la ciudad para evitar bajas innecesarias, se empeñaron en aplastar a los insurrectos y castigar de manera ejemplar a Varsovia, mientras que los soviéticos no acudieron en ayuda de los antifascistas polacos porque Stalin lo prohibió.

Lo que no se logró como operación militar, sin embargo, sí lo consiguió como símbolo de la lucha de los polacos por la libertad y la soberanía, por la independencia de todo dominio extranjero, principalmente soviético.

Desde el fin de la guerra, el régimen comunista que se instaló en Polonia trató de erradicar el recuerdo sobre la Insurrección de la memoria de los polacos, y lo hizo tachando toda referencia al levantamiento en la historia oficial.

Nada consiguió, porque los padres y abuelos se ocuparon, durante cuatro decenios, de mantener vivo el recuerdo sobre aquella gesta que fue sacada inmediatamente del olvido en cuanto Polonia recuperó la democracia en 1989.

Desde entonces, todos los años, el aniversario del estallido de la insurrección se celebra con máximo rigor y a las cinco de la tarde, hora en que comenzaron los combates.

Suenan las sirenas y todos los peatones y automóviles que circulan por la ciudad se detienen por un minuto en señal de homenaje.

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