26 abril 2006

Alatriste, por Agustín Díaz Yanes

En su extraordinario y divertidísimo-como todo lo suyo- Diccionario del Cine, Fernando Trueba nos avisa de que el gran riesgo de las películas de época (como Alatriste) es perderse en la reconstrucción, enredarse en las cortinas…

Enredarse en las cortinas. Ése fue mi primer miedo cuando, muy generosa y muy insensatamente, Arturo Pérez-Reverte y su productor, el no menos generoso e insensato Antonio Cardenal, me ofrecieron en una comida no sólo escribir, sino, lo que es peor, dirigir Alatriste.

Naturalmente, a pesar del miedo a enredarme en todo tipo de cortinas dije inmediatamente que sí. Un director de cine que se precie, sobre todo siendo español y haciendo cine en España, no puede desperdiciar la oportunidad de hacer una película de las dimensiones históricas, sentimentales y cinematográficas de Alatriste. Porque, aunque nadie se atreve a decirlo públicamente, un director español siempre es una mezcla explosiva de fatalismo e irresponsabilidad.

Así que dije que sí y seguí comiendo tranquilamente hasta que descubrí en Arturo una mirada entre febril y ansiosa que me traspasó. Entonces descubrí la magnitud del problema. Para Arturo, Alatriste es su novela, y Diego Alatriste y Tenorio, su hijo más querido. Y nadie en su sano juicio debe atreverse a jugar con los sentimientos de un padre. Y más si ese padre es Arturo Pérez-Reverte.

Del primer asalto no he salido mal. El guión le ha gustado tanto al productor como al autor. He tenido que fundir las cinco novelas en un guión de cien páginas. He procurado mantener el espíritu de la saga y no traicionar al autor, quien, por cierto, jamás se ha inmiscuido en mi trabajo y se ha dedicado, en cambio, a invitarme a comer, prestarme libros y a resolver algunas de mis dudas con respecto a tratamientos y vocabulario de la época. Por su parte, el productor también se ha mantenido a una prudente distancia, ayudándome como sólo puede ayudar un productor: pagando religiosamente, y en su fecha, los plazos del guión. (También me ha invitado a comer.)

Pero si Arturo y Antonio Cardenal han sido pacientes y generosos conmigo no puedo decir lo mismo de los numerosísimos revertistas, fanáticos de Alatriste, que al enterarse de que iba a llevar al cine las aventuras del capitán me han machacado con sus consejos -bienintencionados- sobre cómo y de qué manera tengo que rodar la película.

He detectado entre ellos cierto nerviosismo sobre la elección del actor protagonista. Todos tienen su favorito y la lista sería interminable. Recibo las sugerencias con un educado silencio.

También he recibido numerosas advertencias -éstas no sé si bienintencionadas- sobre los peligros de una versión cinematográfica de Alatriste. Todas ellas apuntan a la "dificultad" que tenemos los directores españoles para hacer películas de época. Todos me remiten al cine inglés, algunos al francés y los más pijoteros me hablan de El Gatopardo, Barry Lyndon y joyas parecidas. A éstos los escucho en silencio -esta vez no tan educado- y procuro evitarlos siempre que puedo.

Sólo salgo de mi mutismo cuando alguien me pregunta cómo de larga va a ser la película. Para estos amigos y amigas sí tengo respuesta, y les remito a la página 113 del Diccionario de Trueba. A la voz "Duración", que dice así:

"La duración de una película debe estar directamente relacionada con la resistencia de la vejiga humana" (Alfred Hitchcock), o "Todas las películas son largas y todas las pollas son cortas" (Billy Wilder).

Sin más, le deseo toda la suerte del mundo a Arturo con su nueva novela de la saga de Alatriste. Novela que Arturo me fue pasando, capítulo a capítulo, mientras la iba escribiendo para que yo pudiera utilizarla en mi guión. A un acto tan generoso, y tan impropio de un escritor, sólo se puede corresponder intentando hacer una película de la que él se sienta tan orgulloso como de su hijo, el capitán don Diego Alatriste y Tenorio.

El Capitán Alatriste [my bold]

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