A él
Era la edad lisonjera
en que es un sueño la vida;
era la aurora hechicera
de mi juventud florida,
en su sonrisa primera.
Cuando sin rumbo vagaba
por el campo silenciosa,
y en escuchar me gozaba
la tórtola que entonaba
su querella lastimosa.
Melancólico fulgor
blanca luna repartía,
y el aura leve mecía
con soplo murmurador
la tierna flor que se abría.
¡Y yo gozaba! El rocío,
nocturno llanto del cielo,
el bosque espeso y umbrío,
la dulce quietud del suelo,
el manso correr del río.
Y de la luna el albor,
y el agua que murmuraba,
acariciando la flor,
y el pájaro que cantaba...
¡Todo me hablaba de amor!
Y trémula, palpitante,
en mi delírio extasiada,
mire una visión brillante
como el Aire, perfumada,
como las nubes, flotante.
Ante mí resplandecia,
como un astro brillador,
y mi loca fantasia
al fantasma seductor
tributaba idolatría.
Escuchar pensé su acento
en el canto de las aves;
eran las auras su aliento
cargadas de aromas suaves
y su estancia el firmamento.
¿Qué ser extraño era aquél?
¿Era un angél o era un hombre?
¿Era Dios o era Luzbel...?
¿Mi visión no tiene nombre?
¡Ah!, nombre tiene... ¡Era él!
Gertrudis Goméz de Avellaneda
(1814-1873)
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